domingo, 7 de enero de 2007

Cuaderno de Izmir. IV.


Izmir, Kordon, 23 de diciembre.

Estoy de vuelta. Últimos momentos en Izmir gavur. Paseos por el Kordon, como un día más. Sol, mar, una brisa fresca. Cuento seis barcos pasando por la bahía. Esmirna en continuo movimiento, como la Yamaa al-Fna de Goytisolo. Esmirna seductora y a la vez o por ello, profundamente indiferente, es decir, cosmopolita.
Me voy. Me voy. Me voy pero me quedo. Me lo dicen mis ojos húmedos desde ayer por la tarde, en la secreta intimidad del hotel. Me voy como Blas de Otero, herido de amor por Izmir. Pero aquí no hay muerte ni fracaso. Hay vida, una aventura turca repleta de matices e interrogaciones, ambigua y contradictoria. Reflejo de mi vida actual al borde de lo desconocido: Esmirna-espejo acuático.
Armonía, serenidad, calidez de los días de Izmir. En este lugar hasta el dolor más profundo, la irrupción de los fantasmas más angustiosos se producen de una manera suave, relativizada, moderada por la inmensidad de esa especie de Everest líquido que abraza y perdona todo cuanto en su orilla sucede.
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Memoria de un Kordon que no repara en sus continuos paseantes, que no tiene ojos. Izmir ciudad a la que no puedo dejar de volver.